Para esta segunda reflexión acerca de lo relacionado con el Naming, seguiré en la misma línea que mi anterior entrada, tratando los productos que llegan a conseguir tal éxito que acaban por dar nombre a toda una categoría. Como ya comenté, el caso de Danone me parece algo fuera de lo común.
He seguido investigando, sobre todo a base de recopilación de datos en Internet, y es asombrosa la cantidad de marcas que, como he podido entender "mueren de éxito". Porque sí, aunque en mi anterior reflexión pensaba que el hecho de que todo esto le ocurriese a un producto, que llegase a dar nombre a una categoría entera, al final le beneficiaría (a Danone pienso que le ha beneficiado y no poco), hay determinados productos que no tienen la misma suerte.
Esta muerte se produce porque la marca, que empieza teniendo nombre propio, creado por la empresa, acaba teniendo tanto éxito que incluso se desvincula del producto al que pertenece. "Muere como marca y se transforma en icono". Por ejemplo, a mis ojos ha llegado la lectura de que la palabra "termo" empezó siendo una marca registrada. Increíble.
Productos a los que estamos tan habituados como un walkman, en según que países desde hace tiempo son aceptados como genéricos. Es decir, el propio diccionario ya no recoge "reproductor de cintas portátil", sino que aparece una entrada con "walkman". Y los diferentes aparatos de la competencia (en su día, claro) podían anunciar su producto como walkman también. Está claro el perjuicio y el tremendo daño que esto ocasionaba en la publicidad de Sony.
Otro ejemplo que me ha llamado mucho la atención es el de "jacuzzi", que empezó también siendo una marca y en un tiempo casi récord pasó a ser genérico. Antes de esto, ¿cómo se llamaría?, ¿bañera redonda con chorros de agua?
Y así puedo poner ejemplos hasta hartarme; pladur, polo (de vestir, pertenece a Ralph Lauren), polo (de helado, pertenece a Nestle), aspirina, uralita, etc.
En definitiva, lo que intento expresar es que me parece sorprendente el poder que puede llegar a tener una marca. El influjo sobre la sociedad es tal que la marca nos dicta cómo debemos llamar a la cosa que representa. Y ahora porque ya estamos acostumbrados, pero la cosa es tan absurda como que dentro de 15 años todos llamemos a la alfombrilla de la puerta de casa "una Ikea". Viendo lo visto, no me parece tan de locos que esto suceda, la verdad.
Un caso bastante reciente y relacionado con todo esto es el que está sufriendo actualmente la multinacional Google. Es irónico que uno de los problemas más grandes que está teniendo es precisamente su propio nombre y su éxito. Los diccionarios están empezando a incluir en sus entradas el verbo "to google" (googlear /guglear), que la gente ya empieza a emplear como sustituto de "buscar en la red". Y esto sí me ha sorprendido, porque es algo que hasta yo mismo he utilizado y ni me había dado cuenta.

Incluso ahora que pienso, "smsear" (esemesear) referido a mandar un mensaje por el teléfono móvil o a hablar mediante estos, también lo he usado. "Skypear", referido a mantener una videoconferencia mediante el programa Skype. Estamos siendo atacados por marcas que sustituyen a cómo llamamos a las cosas y ni nos damos cuenta.
Rubén Pedrajas Martínez
He seguido investigando, sobre todo a base de recopilación de datos en Internet, y es asombrosa la cantidad de marcas que, como he podido entender "mueren de éxito". Porque sí, aunque en mi anterior reflexión pensaba que el hecho de que todo esto le ocurriese a un producto, que llegase a dar nombre a una categoría entera, al final le beneficiaría (a Danone pienso que le ha beneficiado y no poco), hay determinados productos que no tienen la misma suerte.
Esta muerte se produce porque la marca, que empieza teniendo nombre propio, creado por la empresa, acaba teniendo tanto éxito que incluso se desvincula del producto al que pertenece. "Muere como marca y se transforma en icono". Por ejemplo, a mis ojos ha llegado la lectura de que la palabra "termo" empezó siendo una marca registrada. Increíble.
Productos a los que estamos tan habituados como un walkman, en según que países desde hace tiempo son aceptados como genéricos. Es decir, el propio diccionario ya no recoge "reproductor de cintas portátil", sino que aparece una entrada con "walkman". Y los diferentes aparatos de la competencia (en su día, claro) podían anunciar su producto como walkman también. Está claro el perjuicio y el tremendo daño que esto ocasionaba en la publicidad de Sony.
Otro ejemplo que me ha llamado mucho la atención es el de "jacuzzi", que empezó también siendo una marca y en un tiempo casi récord pasó a ser genérico. Antes de esto, ¿cómo se llamaría?, ¿bañera redonda con chorros de agua?
Y así puedo poner ejemplos hasta hartarme; pladur, polo (de vestir, pertenece a Ralph Lauren), polo (de helado, pertenece a Nestle), aspirina, uralita, etc.
En definitiva, lo que intento expresar es que me parece sorprendente el poder que puede llegar a tener una marca. El influjo sobre la sociedad es tal que la marca nos dicta cómo debemos llamar a la cosa que representa. Y ahora porque ya estamos acostumbrados, pero la cosa es tan absurda como que dentro de 15 años todos llamemos a la alfombrilla de la puerta de casa "una Ikea". Viendo lo visto, no me parece tan de locos que esto suceda, la verdad.
Un caso bastante reciente y relacionado con todo esto es el que está sufriendo actualmente la multinacional Google. Es irónico que uno de los problemas más grandes que está teniendo es precisamente su propio nombre y su éxito. Los diccionarios están empezando a incluir en sus entradas el verbo "to google" (googlear /guglear), que la gente ya empieza a emplear como sustituto de "buscar en la red". Y esto sí me ha sorprendido, porque es algo que hasta yo mismo he utilizado y ni me había dado cuenta.

Incluso ahora que pienso, "smsear" (esemesear) referido a mandar un mensaje por el teléfono móvil o a hablar mediante estos, también lo he usado. "Skypear", referido a mantener una videoconferencia mediante el programa Skype. Estamos siendo atacados por marcas que sustituyen a cómo llamamos a las cosas y ni nos damos cuenta.
Rubén Pedrajas Martínez
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